La invitación había llegado de forma inesperada: una fiesta privada en una lujosa casa junto al lago. No conocía al anfitrión, pero un amigo me aseguró que valía la pena asistir. Al llegar, el sonido de la música y el reflejo de las luces sobre el agua creaban un ambiente casi hipnótico.
Recorrí la terraza observando a los invitados. Entre risas y copas de vino, la vi: una mujer alta, de cabello oscuro y vestido rojo ajustado que resaltaba cada curva. Su mirada se cruzó con la mía y sentí un magnetismo inmediato.
—No pareces de aquí —me dijo, acercándose con una copa en la mano. Me presenté y comenzamos a conversar, pero pronto nuestras palabras se diluyeron en miradas cargadas de intención.
Nos alejamos del bullicio y encontramos una pequeña sala con ventanales que daban al lago. El reflejo de la luna iluminaba su piel, y sin decir nada, me tomó de la corbata y me atrajo hacia ella.
El primer beso fue intenso, con una mezcla de vino y deseo. Mis manos recorrieron su espalda, sintiendo el calor que desprendía. Su vestido se deslizó con facilidad, revelando una lencería negra que parecía hecha para esa noche.
Se arrodilló frente a mí, liberando mi erección y envolviéndola con sus labios. Su lengua jugaba con cada movimiento, y sus ojos no dejaban de mirarme. El placer me arrancó un gemido profundo.
La levanté y la apoyé contra el cristal del ventanal. Su respiración se volvió agitada mientras apartaba su ropa interior y la penetraba lentamente, sintiendo cómo su cuerpo me recibía por completo.
El frío del vidrio contrastaba con el calor de su piel. Mis manos se aferraban a sus caderas mientras ella se movía contra mí, gimiendo con cada embestida.
Nos movimos hasta un sofá cercano, donde la tumbé y comencé a besar su cuello, bajando por sus pechos hasta llegar a su centro. La lamí con suavidad al principio, aumentando la intensidad hasta que sus piernas comenzaron a temblar.
Su primer orgasmo llegó con un grito ahogado. Me miró con una mezcla de sorpresa y lujuria, como si no esperara que la llevara tan lejos tan rápido.
No le di tiempo de recuperarse y la giré para tomarla por detrás. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con la música lejana de la fiesta.
Ella se inclinó más, ofreciéndome un acceso más profundo. Mis manos recorrían su cintura, y mi ritmo se volvió más rápido, arrancándole gemidos cada vez más altos.
—Más… —susurró, y obedecí, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba de nuevo.
Su segundo orgasmo fue aún más intenso, arqueando la espalda y apretándome con fuerza. Yo la seguí, derramándome en ella con un suspiro cargado de placer.
Nos quedamos abrazados unos segundos, recuperando el aliento mientras las luces de la fiesta seguían brillando a lo lejos.
Ella se levantó, se acomodó el vestido y me guiñó un ojo: —Esta fiesta acaba de ponerse mucho más interesante.
Regresamos a la terraza como si nada hubiera pasado, pero nuestras miradas prometían un segundo asalto antes del amanecer.
El lago reflejaba la luna y las luces, pero para mí, lo único que importaba era el brillo en sus ojos.