La Esposa Dominante y Su Amante Sumiso

 

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Yo era solo un estudiante de 20 años cuando conocí a Teresa, la esposa de uno de mis profesores. Ella tenía 41 años, un cuerpo perfecto, mirada desafiante y una sonrisa que podía derretir a cualquiera. Me contrató para darle clases de informática, pero desde la primera sesión noté cómo me miraba. “Me gusta que me hablen con respeto… pero que me miren con deseo”, me dijo un día, cruzando las piernas lentamente frente a mí sin ropa interior.

Esa misma tarde, me hizo quedarme a solas en su casa. Cerró las cortinas, se acercó con un látigo de cuero suave y me dijo: “Hoy, harás todo lo que yo diga.” Me ordenó arrodillarme y besarle los pies. Luego, se sentó en una silla, abrió las piernas y me obligó a lamerle la entrepierna hasta hacerla gemir como una diosa. “Así se sirve a una mujer de verdad.”

Cuando terminó de correrse sobre mi lengua, me quitó la ropa y me ató las muñecas a la cabecera de la cama. Me montó sin preguntarme. Se la metió toda y comenzó a cabalgarme con una fuerza animal. Me abofeteaba suavemente, me escupía en el pecho y me decía: “Eres mi juguete ahora… nadie te follará como yo.”

Me hizo venirme sin poder tocarme. Luego me obligó a lamer todo lo que había quedado entre sus piernas. Me dejó tirado, desnudo y jadeando, con una sola frase antes de irse a la ducha: “Mañana vienes a limpiar… y a obedecer.”