Era una de esas noches tranquilas en la universidad. El aula estaba casi vacía, solo quedábamos yo y Valeria, la profesora de literatura, revisando un trabajo. Llevaba un vestido negro ajustado y gafas que le daban un aire serio… pero sus labios rojos contaban otra historia.

Mientras me explicaba un párrafo, su mano se apoyó en mi hombro. Noté cómo sus dedos jugaban ligeramente con mi cuello. —Creo que mereces una calificación especial —dijo con una sonrisa.

Me incliné hacia ella y nuestras bocas se encontraron. Su beso fue suave al principio, pero pronto se volvió hambriento. Su lengua buscó la mía y sus manos bajaron hasta mi cintura.

Me sentó sobre el escritorio, sus dedos deslizándose por mis muslos. Sentía cómo el deseo crecía con cada roce, hasta que apartó mi ropa interior y comenzó a acariciarme con precisión.

Se arrodilló ante mí, su lengua jugando en mi centro, lamiendo y succionando hasta que mis piernas comenzaron a temblar. El sabor del deseo llenaba el aire.

—Ahora es tu turno —susurró. La desnudé lentamente, admirando cada curva. Me arrodillé y probé su humedad, sintiendo cómo su cuerpo se arqueaba de placer.

La giré sobre el escritorio y la penetré con fuerza. El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en el aula vacía, acompañado de sus gemidos ahogados.

Mis manos apretaban sus caderas, marcando un ritmo intenso. Ella miraba por encima del hombro, con el cabello despeinado y los labios hinchados de placer.

El clímax llegó casi al mismo tiempo para ambos, dejándonos exhaustos y sudorosos. Nos quedamos abrazados unos segundos, escuchando nuestras respiraciones agitadas.

Antes de irme, Valeria me guiñó un ojo y dijo: —Creo que tendremos más clases privadas muy pronto.