Todo empezó con una simple pijamada. Éramos tres amigas inseparables desde la universidad: Sofía, Mishel y yo. Nos reunimos un viernes por la noche en mi departamento para tomar vino, ver películas y hablar de exnovios. Entre copa y copa, las risas se volvieron confesiones. Mishel, la más atrevida, soltó: “Siempre he tenido curiosidad por estar con una mujer…” Sofía levantó una ceja y dijo: “Yo también.” Todas nos miramos y reímos… pero algo había cambiado en el ambiente.
L Sofía se acercó y me besó. Suave, lento, como si esperara que la detuviera. No lo hice. Al contrario, la tomé del cuello y le devolví el beso con hambre. Sofía se unió y nos rodeó con sus brazos. En cuestión de minutos, estábamos las tres semidesnudas en el sofá. Mishel se lanzó a mis pezones, lamiéndolos con desesperación, mientras Sofía bajaba por mi vientre hasta encontrar mi sexo completamente húmedo. “Estás lista”, murmuró antes de hundir su lengua en mí.
Grité de placer mientras mis manos se perdían en sus cabellos. Luego me tocó a mí. Me arrodillé frente a Mishel y comencé a besarle el clítoris con pasión, sintiendo sus jadeos y sus piernas temblar. Sofía, detrás de ella, la penetraba con los dedos mientras la besaba en el cuello. Verlas gemir juntas me volvió loca. Nos turnábamos sin reglas, entre risas, gemidos, sudor y deseo.
Terminamos las tres desnudas, abrazadas en la cama, con la piel brillante de placer. “¿Esto cambia nuestra amistad?”, pregunté. Sofía sonrió: “Sí… pero para mejor.” Desde entonces, cada pijamada es una excusa. Lo que empezó como curiosidad, se convirtió en adicción. Y no nos arrepentimos de nada.