Era tarde y el edificio estaba casi vacío. Subí al ascensor para ir al último piso, pero justo antes de que se cerraran las puertas, entró Andrea, una abogada que trabajaba en el mismo piso que yo. Llevaba un traje ajustado y el cabello recogido, pero un mechón rebelde caía sobre su mejilla.
—Qué coincidencia —dijo, sonriendo. El ascensor comenzó a subir, pero a mitad de camino se detuvo bruscamente, dejando solo la luz de emergencia.
—Parece que vamos a quedarnos aquí un rato —comenté, intentando sonar tranquilo. Andrea me miró con una mezcla de nerviosismo y diversión.
El silencio se volvió denso. Nuestras miradas se cruzaron más de una vez, hasta que di un paso hacia ella. La tensión acumulada explotó en un beso intenso.
Mis manos se deslizaron por su espalda, sintiendo el calor bajo la tela. Ella respondió con un gemido suave, aflojando su corbata y desabrochando los primeros botones de su blusa.
Se pegó más a mí, y pronto sus manos encontraron mi cinturón, liberando mi erección con una destreza sorprendente.
Se arrodilló y comenzó a lamerme lentamente, su lengua explorando cada rincón. El sonido húmedo llenaba el pequeño espacio, mezclándose con mi respiración agitada.
La levanté y la giré, apoyándola contra la pared del ascensor. Subí su falda y aparté su ropa interior para penetrarla con lentitud.
Andrea apoyó las manos en la pared, arqueando la espalda para recibirme más profundo. Sus gemidos eran ahogados, pero cargados de placer.
Aceleré el ritmo, y su cuerpo comenzó a temblar hasta que su primer orgasmo llegó con un suspiro prolongado.
La besé con fuerza, saboreando su respiración agitada. Luego me arrodillé para devolverle el placer, lamiéndola con hambre mientras ella se aferraba a mi cabello.
Sus piernas me apretaban contra ella, y pronto otro orgasmo la sacudió por completo.
La volví a penetrar, esta vez sentados en el suelo del ascensor. Sus caderas se movían al compás, chocando contra mí en un ritmo frenético.
Yo estaba al límite. La abracé con fuerza y me derramé en ella, sintiendo cómo su cuerpo seguía vibrando.
Minutos después, las luces volvieron y el ascensor se puso en marcha. Andrea se acomodó la ropa con una sonrisa traviesa.
—Parece que deberíamos quedar atrapados más seguido —dijo, saliendo en su piso.
Me quedé unos segundos mirando cómo se alejaba, con la certeza de que esa no sería la última vez.
El ascensor llegó al último piso, pero yo ya no pensaba en la reunión que tenía… solo en ella.