Entre luces y sombras

 

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La noche empezó con un mensaje simple: “¿Te vienes a bailar?”. Era Nora, la DJ del bar donde a veces leía en el escenario abierto. Añadió: “Hoy tengo invitada, te va a caer bien”. No pregunté más; me puse una camisa negra y salí a la calle.

El lugar tenía luces que latían como un corazón enorme. Nora sonrió desde la cabina y me presentó a Laila, una amiga suya de sonrisa cálida y risa contagiosa. Nos movimos entre canciones, probando pasos, midiendo distancias.

En algún momento, Nora bajó del escenario y nos rodeó con su energía. Éramos tres orbitando en el mismo centro: manos que se buscan, hombros que se rozan, miradas que preguntan sin palabras.

Salimos a la terraza a tomar aire. Laila me tomó la mano con naturalidad; Nora se apoyó en mi hombro. Hablamos de viajes, de ciudades en las que uno aprende a ser otro, de la manera en que el cuerpo agradece un baile bien llevado.

—Tengo una idea— dijo Nora con ese brillo suyo—. Vamos a mi estudio después, si os apetece. Sin obligaciones, solo música y conversación.

El estudio estaba a unas cuadras. Minimalista, con colchones grandes y lámparas suaves. Nora puso vinilos; Laila abrió una botella de vino. Sentí que la noche se encendía de posibilidades.

Nos sentamos en el suelo. Nora puso su mano sobre la mía; Laila, al otro lado, me acarició la nuca. Preguntaron con la mirada; respondí con un sí claro. Fijamos límites, cuidado, y una consigna sencilla: que el disfrute no rompa la ternura.

El resto lo cuento en susurros: un triángulo de risas y caricias sugeridas, besos que se encienden y se apartan para dar lugar a la risa, cuerpos que se acomodan con respeto. Cuando las luces bajaron un poco más, acordamos cerrar los párrafos explícitos y dejar que la música dijera lo que nuestras manos ya sabían.

Hubo pausa para agua, mantas sobre las piernas, y confesiones pequeñas que sellan complicidades grandes.

Al amanecer, desayunamos pan tostado con mermelada y café fuerte. Nora bromeó con que la mejor pista de baile es la que se arma entre personas que se cuidan. Laila me guiñó un ojo. Volví a casa con la certeza de que las noches más hermosas no necesitan testigos ni explicaciones.