Mi nombre es Niurka, tengo 22 años y estudio Comunicación Visual en la universidad. Siempre me gustaron las artes, pero jamás imaginé que el taller de fotografía se convertiría en el escenario más caliente y prohibido de toda mi vida. Todo comenzó con un trabajo en grupo junto a Axel y Simón, dos compañeros que siempre se lanzaban miradas entre ellos… y conmigo. Yo lo notaba, aunque fingía no entender. Hasta que esa noche, durante la sesión privada en el estudio, todo se desbordó.
Habíamos apagado las luces principales, dejando solo el foco suave sobre el fondo blanco. Yo posaba con una blusa ajustada y una falda corta, jugando con la cámara mientras ellos me dirigían. “Más sensual”, decía Axel. “Sube un poco la falda”, sugería Simón. La atmósfera se volvió pesada, húmeda, eléctrica. Me sentía deseada, rodeada, en el centro de sus fantasías… y también de las mías.
En un momento, Alex bajó la cámara y me dijo: “Quítate la blusa.” Dudé, pero lo hice. Luego vinieron los besos. Primero uno, luego el otro. Me rodearon, me tocaron, me besaron a la vez. Simón me mordía el cuello mientras Axel lamía mis pechos. Me sentía como una diosa adorada. Me desnudaron por completo y me tumbaron sobre el fondo blanco, con el trípode aún apuntando a nosotros.
Axel se colocó entre mis piernas y comenzó a lamerme con una lengua ansiosa, profunda, mientras Simón me sujetaba de las muñecas y besaba mi boca con fuerza. Mis gemidos llenaban el estudio. Cuando me corrí, pensaba que había terminado… pero apenas comenzaba. Me levantaron y me pusieron de espaldas sobre la mesa de revelado. Sentí cómo Simón escupía entre mi trasero y me preparaba lentamente por atrás. “Es tu primera vez, ¿verdad?”, susurró. Asentí sin poder hablar. Con suavidad, me penetró por el ano mientras Axel me besaba y acariciaba el clítoris con sus dedos.
El dolor inicial se transformó en una ola de placer brutal. Me embestía con ritmo lento pero profundo, mientras Axel me hacía llegar a otro orgasmo. Luego cambiaron de posición. Axel me tomó por delante y Simón por detrás. Gemía, gritaba, me retorcía entre sus cuerpos. Me sentía usada… pero feliz. Cuando ambos terminaron dentro de mí, me quedé jadeando sobre la mesa, temblando de placer, con el cuerpo marcado por una experiencia que jamás podría borrar.
Desde ese día, el taller de fotografía se volvió nuestro templo secreto. Cada vez que alguien pide prestado el estudio… no sabe las fantasías que se revelan ahí adentro.