El teatro estaba en silencio después del ensayo general. Todos se habían ido, excepto yo, encargado de revisar unos detalles técnicos, y Clara, la actriz principal, que seguía en su camerino. La luz tenue del pasillo y el eco lejano de la calle creaban una atmósfera íntima.
Llamé a la puerta y ella respondió con un "pasa" suave. Al entrar, la encontré frente al espejo, desmaquillándose. Llevaba un vestido rojo ajustado de la obra y su cabello estaba suelto, cayendo sobre sus hombros.
—No pensé que todavía estuvieras aquí —le dije. Ella sonrió, mirándome por el espejo.
—Me gusta quedarme un rato… ayuda a bajar la adrenalina —contestó, aplicando un toque de perfume en su cuello.
Me acerqué para entregarle unas notas del montaje. Nuestros dedos se rozaron y, sin apartar la vista, me preguntó: —¿Y tú? ¿Cómo bajas la adrenalina?
La respuesta fue un beso. Lento al principio, luego cargado de intensidad. Sus labios sabían a carmín y a promesa. Mis manos recorrieron su cintura, sintiendo el calor de su cuerpo bajo la tela.
Clara se levantó y me empujó suavemente contra la puerta, su vestido subiendo poco a poco mientras sus manos exploraban mi pecho.
Se arrodilló y liberó mi erección, rodeándola con sus labios y moviéndose con un ritmo hipnótico. Sus ojos, fijos en los míos, intensificaban cada sensación.
La levanté y la senté sobre la mesa del camerino, apartando la tela para descubrir su lencería negra. La besé en el cuello, bajando por su escote hasta llegar a sus pechos, que besé y acaricié con avidez.
Me arrodillé para probar su humedad, lamiendo con movimientos lentos y circulares que la hicieron gemir, tratando de contener el sonido.
La penetré lentamente, sintiendo cómo me recibía por completo. Sus uñas se clavaban en mis hombros mientras su respiración se aceleraba.
El espejo detrás de ella reflejaba cada movimiento, cada gesto de placer. El espectáculo privado era tan excitante como el contacto mismo.
Clara envolvió mis caderas con sus piernas, pidiéndome más. Aceleré el ritmo, escuchando sus jadeos cada vez más altos.
Su primer orgasmo llegó con un gemido entrecortado, apretándome con fuerza. Yo seguí, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía.
La giré para tomarla por detrás, apoyada sobre la mesa. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con el golpeteo suave de los objetos que vibraban con el movimiento.
Mi clímax llegó poco después, derramándome en ella mientras nos quedábamos unidos unos segundos más.
Cuando nos separamos, Clara sonrió y dijo: —Ahora sí… estoy lista para el estreno.
Salí del camerino con el corazón acelerado, sabiendo que esa noche había tenido el mejor ensayo de mi vida.