El estudio de fotografía estaba iluminado solo por focos cálidos que creaban sombras sugerentes en cada rincón. Había sido invitado para ayudar en una sesión nocturna, pero al llegar encontré a Mariana, la modelo, sola en el set.
Vestía un conjunto de lencería negra y tacones altos, revisando las fotos en la pantalla de la cámara. Me sonrió al verme, con esa seguridad que solo dan la experiencia y el deseo.
—Llegaste justo a tiempo para las tomas más interesantes —dijo, dándome la cámara. —Quiero que seas tú quien las capture.
Comencé a disparar, observando cómo posaba con movimientos lentos, provocadores. Su mirada atravesaba el lente y me hacía olvidar que debía concentrarme en la composición.
En un momento se acercó tanto que su perfume me envolvió. Me quitó la cámara de las manos y la dejó en el suelo, acortando la distancia entre nosotros.
Me besó con firmeza, y mis manos respondieron recorriendo su espalda hasta sentir el encaje bajo mis dedos. Mariana se dejó guiar hacia una mesa de utilería, sentándose en el borde.
Se arrodilló frente a mí y liberó mi erección, tomándola en su boca con movimientos lentos y profundos. El sonido de su lengua y el calor de sus labios me hicieron gemir.
La levanté y aparté su ropa interior, besando su intimidad mientras ella se aferraba a mi cabello. Su primer orgasmo llegó rápido, arqueando la espalda.
La giré y la incliné sobre la mesa, penetrándola lentamente. El eco de nuestros cuerpos chocando resonaba en el estudio vacío.
Mariana movía sus caderas al compás, gimiendo cada vez más fuerte. Aceleré el ritmo, y su segundo orgasmo la sacudió por completo.
Yo estaba al borde, pero la giré para mirarla a los ojos mientras el clímax me alcanzaba. Me derramé en ella, respirando agitado.
Nos quedamos unos segundos abrazados, el sudor brillando bajo la luz de los focos.
Mariana sonrió y dijo: —Creo que esta fue la mejor sesión de mi vida… y ni siquiera necesitó cámara.
Sabía que las imágenes de esa noche quedarían grabadas solo en nuestra memoria.