Era sábado por la tarde y el centro comercial estaba lleno. Había ido a buscar una chaqueta, pero al entrar a la tienda me encontré con alguien que no esperaba: Carla, una antigua compañera de universidad, más atractiva que nunca.
—Vaya, cuánto tiempo —dijo, sonriendo con picardía. Comenzamos a hablar y pronto nos encontramos revisando ropa juntos, como si el tiempo no hubiera pasado.
Carla tomó una chaqueta y me pidió que la acompañara al probador para darle mi opinión. El espacio era pequeño, y su perfume llenaba el aire.
Se quitó la blusa sin pudor, revelando un sujetador de encaje. Me miró por encima del hombro y dijo: —¿Qué opinas? —Su tono dejaba claro que no se refería a la prenda.
Me acerqué y puse mis manos en su cintura. El beso que siguió fue intenso, con nuestras lenguas explorándose como si quisieran recuperar el tiempo perdido.
Mis manos subieron por su espalda y bajaron por sus caderas, hasta que me atreví a acariciarla por encima de la ropa interior. Carla dejó escapar un gemido suave.
Se giró y comenzó a desabrochar mi cinturón. Sus dedos eran ágiles y, en segundos, liberó mi erección para tomarla en su mano y luego en su boca. Sus movimientos eran lentos, torturantes, aumentando poco a poco la intensidad.
La levanté y la apoyé contra la pared del probador, apartando su ropa interior. La penetré lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a mí.
El espacio reducido hacía que cada movimiento fuera más intenso. Sus uñas se clavaban en mis hombros mientras el ritmo aumentaba.
Me incliné para besar su cuello, y ella respondió moviendo sus caderas contra las mías, buscando más profundidad.
La giré y la tomé por detrás, con sus manos apoyadas en la pared. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con su respiración agitada.
Mi mano libre acarició su centro, acelerando su respiración hasta que un orgasmo la sacudió por completo.
No me detuve, siguiendo hasta que mi propio clímax llegó en una oleada de placer que me dejó sin aliento.
Nos quedamos abrazados unos segundos, intentando recuperar la compostura. Las paredes del probador parecían contener un secreto que nadie más sabría.
Nos vestimos rápidamente, intercambiando miradas cómplices.
—Creo que deberíamos vernos más seguido —dijo Carla con una sonrisa traviesa.
Salimos del probador como si nada hubiera pasado, pero yo sabía que ese encuentro había reavivado algo que llevaba años dormido.
Mientras me alejaba, podía sentir todavía el calor de su cuerpo y el sabor de sus labios en los míos.