Ella Me Enseñó a Amar por Detrás

 

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Vivía en el piso de arriba y solía saludarme en pijama cada mañana. Diana, 44 años, divorciada, con unas curvas de escándalo y una sonrisa que lo decía todo. Yo tenía 21, y cada vez que la veía, me ponía duro. Un día me pidió ayuda con su televisor. “Ven, que soy muy torpe con estas cosas…”, dijo, mientras su pijama dejaba entrever que no llevaba nada debajo.

Entré nervioso, y cuando terminé de ajustar el cable, me di la vuelta y la vi sentada en el sofá, con las piernas abiertas. “¿Nunca has estado con una mujer de verdad, cierto?” Me llamó con el dedo. Me acerqué y me besó con fuerza, bajándome los pantalones. Se arrodilló y me la metió hasta el fondo de su garganta. “Hoy vas a aprender…”

Después me acostó boca arriba y se montó sobre mí, cabalgándome sin piedad. “Eres delicioso, pero falta lo mejor.” Se giró, tomó un frasco de lubricante y me susurró: “Confía en mí…” Se colocó en cuatro y me dijo: “Ahora, mételo por mi trasero, pero suave… es tu primera vez.” Con el corazón a mil, empujé lentamente, sintiendo el calor apretado de su interior.

“Más… más… fóllame por detrás como un hombre.” Me animé. La agarré fuerte y la penetré hasta el fondo, cada vez más duro. Sus gemidos llenaron el apartamento. Me corrí dentro de ella mientras ella temblaba de placer. Después, me besó y dijo: “Ahora ya sabes que hay placeres más allá de lo normal.” Desde entonces, su puerta siempre está entreabierta… esperándome.