El Viaje Familiar Que Terminó En Un Trío Inesperado

 

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Ese fin de semana nos fuimos a la cabaña del lago. Mi tía Marisela, su hijo Alex y yo. Siempre fuimos muy unidos, pero esa vez algo cambió. El calor, la falta de señal, la tensión… todo se mezcló. Marisela, de unos 40 años, siempre fue guapa, con ese aire de mujer intensa, labios rojos, escotes descarados. Alex tenía 21 y yo 20. Era imposible no notar cómo nos mirábamos en secreto, como si algo se estuviera cocinando desde hace tiempo.

Una noche, después de unas copas de vino, jugamos a la verdad o reto. Las preguntas subieron de tono. “¿Te has acostado con alguien de tu familia?” preguntó Marisela con una sonrisa traviesa. Alex se rió. “No, pero... podría.” Yo sentí que el ambiente se encendía. Nos miramos los tres, como si ya supiéramos lo que iba a pasar. Marisela se levantó, se acercó a su hijo y le besó los labios. Lento. Profundo. Yo quedé paralizada.

Ella me miró. “¿Te gustaría unirte?” Asentí sin decir palabra. Nos llevó al sofá. Se quitó la blusa, dejando ver sus senos firmes, sin brasier. Alex los besaba con ansias mientras yo bajaba sus panties, oliendo su perfume mezclado con deseo. Empecé a lamerla entre las piernas mientras ella gemía con los ojos cerrados. Alex se arrodilló detrás de mí y me penetró sin avisar, duro, con fuerza. Grité, pero no de dolor… de placer puro.

Marisela me tomó del cabello y me empujó más contra su sexo. “Chúpame como una buena sobrina.” Me corrí mientras lo hacía. Luego Marisela se sentó sobre Alex y empezó a cabalgarlo, mientras yo les besaba el cuerpo, sus lenguas se cruzaban, sus cuerpos sudaban. Fue salvaje, sucio, incontrolable. Dormimos desnudos los tres, abrazados, satisfechos. Nunca lo volvimos a mencionar… pero lo recordaré toda la vida.