Era el último verano antes de graduarnos cuando conocí a Alejandra. Su sonrisa tímida y sus ojos llenos de vida me cautivaron desde el primer momento. Compartimos largas tardes en la biblioteca y paseos por el campus que se volvieron inevitables. Entre risas y susurros, sentí cómo una conexión especial nacía entre nosotras.
Una noche lluviosa, nos refugiamos en su apartamento para estudiar. La atmósfera estaba cargada de una tensión que ya no podíamos ignorar. Sus labios buscaron los míos con suavidad, y aquel beso tímido se convirtió en una danza apasionada. Nos desnudamos lentamente, explorando cada curva con delicadeza y deseo.
Sus manos recorrían mi piel mientras susurraba palabras que me hacían temblar. Nos entregamos al placer compartido, descubriendo juntas nuevas sensaciones y fortaleciendo un lazo que iba más allá de lo físico. Despertamos abrazadas, con la certeza de que nuestro amor apenas comenzaba.