El secreto detrás de la biblioteca

La biblioteca estaba vacía aquella tarde, salvo por el murmullo lejano del reloj de pared. La luz del atardecer entraba por los ventanales, tiñendo de dorado las estanterías llenas de libros antiguos.

Ella revisaba distraída unos documentos cuando llegué. Su blusa blanca y su falda oscura contrastaban con el ambiente solemne. No me vio acercarme hasta que estuve a su lado.

—No esperaba verte tan tarde —dijo, cerrando el libro que tenía en las manos.

—No podía dejar pasar la oportunidad —respondí, dejando mi abrigo sobre una silla.

Ella sonrió con un aire enigmático. Me condujo hasta un rincón apartado, detrás de una hilera de estanterías altas, donde el silencio se hacía absoluto.

—Aquí nadie nos molesta —susurró, apoyándose contra la pared.

Nuestros rostros estaban a centímetros. El aroma a papel antiguo y el perfume sutil que llevaba se mezclaban, creando una atmósfera única.

La tomé de la mano y ella entrelazó sus dedos con los míos. No hacía falta decir mucho; todo estaba en la tensión que se acumulaba en el aire.

Me acerqué lo suficiente para sentir el calor de su respiración. El reloj dio la hora, y en ese preciso instante, nuestros labios se encontraron en un beso prolongado, cargado de todo lo que las palabras no podían decir.

Cuando nos separamos, ella sonrió y dijo: —Nadie sabrá de esto… salvo estos libros.