El Poder que Me Somete y Me Libera

 

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Me llamo Eder, tengo 25 años y trabajo en una firma donde mi jefe, Adair, es un hombre dominante, seguro y con una presencia que imponía respeto y deseo. Desde que lo conocí, sentí una tensión especial entre nosotros, pero nunca imaginé hasta dónde llegaría esa conexión.

Una noche, después de cerrar la oficina, Esteban me invitó a su departamento. Cerró la puerta, apagó las luces y con voz firme me ordenó arrodillarme. Sentí cómo su autoridad me envolvía mientras me desnudaba lentamente y ataba mis manos con una bufanda de seda, dejándome vulnerable y expectante.

Sus caricias eran precisas y calculadas, alternando entre firmeza y ternura. Me penetró con paciencia y dominio, marcando el ritmo y enseñándome a entregarme por completo. Me susurraba palabras que me hacían perder el control, llevándome a orgasmos intensos y repetidos.

Desde esa noche, su dominio se convirtió en mi mayor placer y adicción. Cada encuentro es un viaje de entrega total y descubrimiento de nuevos límites.