Me llamo Leshly y tengo 28 años. Hace un par de años, mi madre se casó con su nuevo esposo, Ricardo. Desde el primer momento, sentí una atracción incómoda hacia él. Era un hombre de mundo, maduro, fuerte, con barba bien recortada y una mirada que derretía. Yo intentaba evitarlo, pero él siempre encontraba excusas para estar cerca de mí… hasta que una noche, todo se desbordó.
Estábamos solos en casa. Me vio salir de la ducha con la toalla mojada, y sus ojos recorrieron cada curva de mi cuerpo sin disimulo. Me tomó del brazo, me empujó contra la pared y me dijo: “No eres mi hija… y no voy a fingir más”. Me quedé paralizada, pero excitada. Bajó la toalla y me besó con furia, como si me hubiera deseado desde siempre.
Me hizo doblarme sobre la mesa del comedor. Lamió mi espalda y luego bajó, hasta llegar entre mis piernas. Me mojó con su lengua, jugando con cada rincón. Cuando sintió que estaba lista, me susurró: “Hoy quiero probarte por completo”. Escupió en su mano, preparó mi entrada trasera y me penetró lentamente por atrás. Era la primera vez que alguien lo hacía ahí… y fue una mezcla intensa de dolor y placer. Me sujetaba fuerte, marcando su ritmo, mientras me decía cosas sucias al oído. Yo gemía sin control, sabiendo que era prohibido, pero sintiéndome más viva que nunca.
Desde esa noche, cada vez que mamá salía, él venía a mi cuarto. Era mi padrastro… pero también el hombre que me enseñó que lo prohibido, cuando se disfruta, se vuelve irresistible.