El Juego de Poder que Nos Consumió
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Desde el primer encuentro, supe que él tenía el control absoluto. Marco, un hombre de 38 años, elegante, con una presencia imponente que llenaba cualquier habitación. Yo, apenas 21 años , joven e inexperta, pero ansiosa por entregarme a ese juego que había descubierto solo en mis fantasías más secretas.
Una noche, me invitó a su casa después de una cena. La luz era tenue y la música suave, creando un ambiente perfecto para lo que vendría. Me pidió que me desnudara lentamente mientras él me observaba con una mezcla de deseo y autoridad. “Esta noche, vas a aprender a obedecer”, me dijo con voz grave.
Me ató las muñecas con suaves esposas de cuero, mientras sus manos recorrían mi cuerpo con caricias que alternaban entre dulzura y firmeza. Su lengua bajó por mi cuello, hasta mis pechos, que masajeó mientras me mordía suavemente los pezones, provocándome gemidos profundos.
Cuando me penetró, sentí una mezcla de dolor y placer, cada embestida una declaración de poder y entrega. Me mandaba a quedarme quieta, a no moverme hasta que él lo permitiera, y yo obedecía, completamente rendida a su voluntad. Su ritmo era constante, feroz y a la vez tierno, haciéndome llegar al límite una y otra vez.
Después de horas de juegos, gemidos y susurros, caímos exhaustos, abrazados en silencio. Él me susurró: “Eres mía ahora.” Y yo solo pude asentir, agradecida por haber encontrado mi lugar bajo su mando.