Soy Eli, y tengo 22 años. Estudio arquitectura y vivo en una residencia universitaria solo para chicas. Una noche, mis compañeras organizamos una fiesta privada. Hubo alcohol, música suave y muchas risas… hasta que alguien propuso un juego: ‘verdad o reto... pero sin ropa’.
Al principio todo fue divertido, hasta que me tocó besar a Luli, la chica de psicología. Tenía labios gruesos y ojos traviesos. Nos besamos frente a todas y sentimos algo más que un juego. Después de varios retos calientes, terminamos todas semidesnudas. Luli me llevó al baño, cerró con llave y me empujó contra la pared.
“Desde que llegaste a la residencia he querido comerte completa” — me dijo, bajándome la tanga. Su lengua recorrió mi entrepierna con pasión salvaje. Me sujetaba fuerte de las piernas mientras me devoraba como una adicta al placer. Luego me hizo sentar sobre el lavamanos, abrió mis piernas y siguió lamiendo sin detenerse. Me hizo gritar de placer hasta que me corrí temblando.
De regreso en la sala, todas nos miraban y aplaudían. “Siguiente reto”, dijeron. Me giré y tomé a otra chica por la cintura: “Ahora me toca a mí jugar con alguien más…”
Desde esa noche, el juego siguió repitiéndose cada viernes. En la residencia, los gemidos son parte del horario nocturno.