Estudio en una universidad privada y comparto piso con dos compañeros: Inés, mi mejor amiga desde el colegio, y Santiago, un chico que estudia ingeniería, divertido y con un cuerpo de gimnasio que derrite a cualquiera. Una noche de viernes, después de muchas cervezas, Inés propuso jugar a la botella… pero con prendas.
Al principio fue todo risas, besos en la mejilla, sacar una prenda, hacer una pregunta picante. Pero la tensión sexual aumentó. Cuando me tocó besar a Santiago en la boca, sentí su lengua y su erección contra mi muslo. Inés nos miraba con ojos de fuego. “¿Y si vamos más allá?” — dijo, desabrochando su blusa.
Nos quedamos en ropa interior. Santiago me besaba mientras Inés me acariciaba los senos por detrás. Me sentaron en el sofá, y entre los dos me exploraron por completo. Inés se arrodilló, me lamía entre las piernas con una pasión femenina deliciosa, mientras Santiago me besaba los pezones, duro, con hambre. “Quiero ver cómo te corres,” murmuró él.
Después fue su turno. Inés lo masturbaba lentamente, y yo le tomaba el glande con la boca mientras gemía. “Ahora tú encima,” me dijo él. Me monté sobre él, cabalgando como una salvaje, mientras Inés me besaba la espalda y acariciaba mis caderas. El clímax fue un estallido compartido, sudoroso, increíble.
Desde esa noche, el juego de la botella se convirtió en tradición. Cada viernes… uno nuevo. Y ninguno de los tres piensa parar.