El Juego con el Jardinero Negro

 

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Me llamo Maya, tengo 28 años y vivo en una casa enorme en las afueras de la ciudad. Una tarde de verano vi al nuevo jardinero trabajando sin camiseta. Alto, moreno, cuerpo de escultura y sonrisa irresistible. Se llama Marcus, y desde el primer día, su mirada me desnudaba cada vez que pasaba cerca.

Una tarde calurosa lo llamé a la cocina para ofrecerle limonada. Se secó el sudor del pecho con la camiseta y me dijo en tono atrevido: “¿Seguro que solo quieres limonada?” Me reí nerviosa, pero lo invité a jugar algo… “Si ganas, haces lo que quieras conmigo”, le dije. Jugamos a adivinar palabras con pistas. Me dejé perder.

“Ahora te toca pagar” — dijo con voz profunda. Me tomó por la cintura y me besó con fuerza, su lengua invadió la mía sin pedir permiso. Me subió al mesón de la cocina, me abrió las piernas y empezó a besarme por debajo del short. Gemía mientras su lengua me acariciaba con precisión brutal. “No imaginé que supieras jugar así…” — jadeé.

Me quitó la ropa y sacó su miembro enorme. Lo miré con deseo y algo de miedo. Me penetró lento, intenso, profundo. El contraste de nuestras pieles, el sudor, los jadeos, el sonido de nuestros cuerpos chocando... fue una locura. Me sujetaba fuerte por las caderas, haciéndome gritar con cada embestida.

Después de varios orgasmos, nos quedamos abrazados sobre la mesa. Marcus me susurró: “Si este fue el premio del juego… quiero perder todos los días.”