El Jardinero Nuevo Tenía Algo Grande Que Mostrarme

 

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Mi esposo viajó por trabajo durante dos semanas y yo me quedé sola en casa, con la excusa perfecta para renovar el jardín. Llamé a una empresa de jardinería y me enviaron a Malik, un hombre afrodescendiente, altísimo, musculoso, con una sonrisa irresistible y una voz grave que me hacía vibrar. Desde el primer día, trabajaba sin camiseta bajo el sol, su piel brillante, sus brazos tensos y esa mirada penetrante que parecía querer devorarme.

Yo fingía regar las plantas o limpiar cerca solo para verlo más de cerca. Un día, notó mi atención y se acercó mientras tomaba agua. “¿Le gusta lo que ve, señora?” —me dijo sonriendo. Me puse roja, pero no respondí. “Podría enseñarle algo más… si me invita adentro.” Y lo hice. Cerré la puerta con llave. El calor que sentía ya no era del clima.

Malik me acorraló en la cocina, me besó con una fuerza primitiva, me levantó como si no pesara nada y me sentó en la encimera. Me arrancó la blusa, me lamió los senos con hambre, mientras sus manos enormes bajaban mi short y acariciaban mi entrepierna ya empapada. Me bajó, me hizo arrodillar y sacó su polla… y era la más grande que había visto en mi vida. Apenas entraba en mi boca, pero él me guiaba con delicadeza y luego con ritmo. Me ahogaba de placer.

Me puso en cuatro sobre la mesa. Me la metió poco a poco en la vagina, estirándome con paciencia y gemidos. Pero cuando se inclinó y me susurró: “Quiero probar por detrás”, sentí un escalofrío que me encendió por completo. Me escupió el ano, lo lubricó con sus dedos y empezó a empujar lentamente. Grité al sentir cómo se abría paso, enorme, profundo. Me sujetó de la cintura y comenzó a moverse con fuerza. Mi cuerpo temblaba, mezclando dolor, placer y locura.

Me folló el trasero sin compasión, dándome nalgadas, diciéndome cosas sucias, mientras yo gemía como una perra sumisa. Me corrí como nunca antes. Él terminó dentro, llenándome con un gemido largo, caliente. Me quedé jadeando sobre la mesa, con las piernas abiertas, sin poder moverme. Me dio un beso en el cuello y dijo: “Mañana regreso a podar el seto del fondo… pero hoy ya hice otra cosa.”

Desde entonces, tengo el jardín más cuidado del barrio… y el cuerpo más satisfecho de la ciudad.