El Dominio del Tío Renato
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Me llamo Juliana y tengo 24 años. Cuando mi madre se fue de viaje por un mes, me quedé en casa de mi tío Renato, el hermano mayor de ella. Siempre lo recordaba como ese hombre autoritario, elegante, con voz grave y un perfume que me hacía temblar desde adolescente. Lo que nunca imaginé es que ese mes cambiaría mi vida para siempre.
La noche en que todo comenzó, yo salí de la ducha con una toalla de seda. Al entrar en la sala, él me miró fijo y dijo con voz firme: “Tienes que aprender a no provocar si no sabes obedecer.” Me quedé congelada. En segundos, se levantó, me empujó contra el sofá, y me sostuvo las muñecas por encima de la cabeza. “Hoy vas a aprender lo que significa estar bajo mi control,” dijo al oído, mientras sus labios rozaban mi cuello.
Me desnudó con movimientos lentos, sin dejar de mirarme. Me hizo arrodillarme frente a él, tomar su miembro en mi boca y obedecer cada orden que salía de su boca. Luego me llevó al comedor, me dobló sobre la mesa y comenzó a azotarme suavemente con un cinturón de cuero, marcando su dominio. Gemía entre placer y sorpresa. Me penetró sin piedad, con fuerza, mientras me sujetaba del cabello y me obligaba a repetirle que era suya. No hubo ternura, solo un fuego brutal que me quemaba desde adentro.
Desde entonces, cada noche en esa casa fue una clase de sumisión. Él me usaba como su títere, y yo lo deseaba como nunca había deseado a nadie. Era mi tío, sí. Pero también era el único hombre que supo romper mis límites y hacerme rogar por más.