El Diario Secreto de la Tía Cecilia

 

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Cuando me mudé temporalmente a casa de mi tía Cecilia por temas de estudios, nunca imaginé que ese cambio me llevaría al límite de mis fantasías más profundas. Ella tenía 42 años, era divorciada, elegante, con curvas firmes y esa seguridad que solo tienen las mujeres que han vivido y saben lo que quieren. Desde el primer día, me trató con una mezcla de cariño y coquetería sutil que me descolocaba. Me dejaba ropa interior a la vista, salía de la ducha con la toalla floja y, más de una vez, me pilló mirándola descaradamente… pero nunca dijo nada.

Una tarde, mientras ella trabajaba, me puse a limpiar su habitación. Al mover unos libros, encontré un cuaderno de tapas negras escondido bajo de su cama. La curiosidad me ganó. Al abrirlo, me di cuenta de que no era un diario cualquiera: era su colección de relatos íntimos. Detallaba encuentros sexuales con hombres más jóvenes, incluso sus fantasías no cumplidas… entre ellas, una muy explícita que describía tener sexo con su sobrino, de cual sobrino ella hablaba era yo. Mi corazón se aceleró. Estuve horas leyendo y cuando la oí llegar, me escondí con el diario en la mochila.

Esa noche no pude dormir. Me masturbé recordando cada frase escrita, imaginando su cuerpo, su lengua, sus manos. Al día siguiente, durante el desayuno, le confesé lo que había encontrado. Su reacción fue inesperada. No se enojó. Solo sonrió con picardía y me dijo: “Entonces ya sabes lo que deseo… la pregunta es si tú también lo deseas.” No respondí. Solo me acerqué y la besé.

Me llevó a su habitación, me desnudó con lentitud y se arrodilló ante mí. Su boca recorrió mi polla con una destreza que me hizo temblar. Me miraba desde abajo mientras ella se la metía toda, jadeando con ganas contenidas durante años. Me hizo acostarme y se sentó sobre mí, guiando mi polla dentro de ella sin esfuerzo. Estaba empapada. Se movía despacio al principio, apretando los músculos, haciéndome sentir cada centímetro como si fuera la primera vez. Después me cabalgó con fuerza, agarrándose a mi pecho, gimiendo mi nombre una y otra vez. La tomé de la cintura y la embestí con fuerza hasta hacerla gritar.

Durante horas exploramos cada rincón de su cuerpo, cambiando de posiciones, jugando con hielo, con su lengua, con sus dedos. Me vine varias veces, y ella no parecía cansarse. Me dijo al oído que lo había soñado durante años, que ahora ese diario tendría nuevos capítulos, escritos entre los dos. Desde entonces, cada noche en esa casa es una página más. Y yo me he vuelto adicto a su tinta… y a su cuerpo.

Ahora entiendo por qué nunca quiso volver a casarse. Porque su mayor deseo siempre era yo, bajo su techo, entre sus sábanas, y dentro de ella tantas veces como lo quiso. Y yo, feliz de ser su historia secreta… escrita con gemidos y placer.