Me llamo Roxana, tengo 19 años, y desde que llegué a la residencia universitaria, sentí que algo iba a cambiar en mi vida. Nunca había sentido atracción por mujeres, hasta que conocí a Pamela, una chica mayor que irradiaba confianza y misterio.
Una noche, mientras estudiábamos juntas, ella me tomó la mano y me miró fijamente. “¿Quieres descubrir algo nuevo?” me preguntó. Asentí, temblando de nervios y emoción. Me llevó a su habitación, cerró la puerta y comenzó a besarme con una pasión que me dejó sin aliento.
Sus labios recorrieron mi cuello y bajaron hasta mis senos. Me quitó la ropa lentamente y empezó a explorar mi cuerpo con sus manos y su lengua. Sentí una oleada de placer que nunca antes había experimentado. Me enseñó a abrirme, a confiar y a sentir con intensidad.
Cuando me lamió por primera vez, me corrí con una fuerza que me hizo temblar. Pamela sonrió y dijo: “Esto es solo el comienzo, Roxana. Juntas vamos a descubrir mundos nuevos.”