Era tarde y la oficina estaba prácticamente vacía. Me quedé trabajando hasta que las luces del pasillo comenzaron a parpadear, señal de que el edificio pronto cerraría. Caminé hacia el ascensor y, justo cuando se abrieron las puertas, la vi: Laura, la gerente de otro departamento, con su falda ajustada y una blusa blanca que dejaba entrever su sujetador negro.
Me sonrió con esa picardía que siempre me desarmaba. Entré y las puertas se cerraron, quedando ambos atrapados en ese pequeño espacio. No sé si fue el silencio o la tensión acumulada, pero su mano rozó la mía y un escalofrío me recorrió entero.
—Siempre quise saber cómo besas —susurró, acercándose lentamente. No le di tiempo a arrepentirse y la tomé de la cintura, pegándola contra mi cuerpo. Su boca se fundió con la mía, hambrienta, mientras mis manos exploraban el contorno de sus caderas.
El ascensor se detuvo de golpe entre pisos, como si la suerte estuviera de nuestro lado. Laura rió suavemente, y con un movimiento audaz, desabotonó mi camisa. Sentí sus uñas recorrer mi pecho mientras yo subía sus medias lentamente, descubriendo la piel suave de sus muslos.
Me arrodillé ante ella, mis labios encontrando su intimidad a través de la tela empapada. Su respiración se volvió entrecortada y, sin esperar más, corrí la prenda para probar el sabor prohibido de su humedad. Se apoyó en la pared, gimiendo bajito mientras mis labios y lengua trabajaban en perfecta armonía.
—No pares… —me rogó con un hilo de voz. Mis dedos se unieron al juego, penetrándola lentamente mientras ella arqueaba la espalda, completamente entregada. El aroma y el calor me embriagaban, y sabía que no podría detenerme.
Se arrodilló frente a mí y comenzó a desabrochar mi cinturón con una sonrisa traviesa. Su boca me envolvió por completo, moviéndose con una habilidad que me arrancó gemidos profundos. Sentía su lengua recorrer cada rincón, succionando con fuerza y dejándome al borde del clímax.
La giré contra la pared del ascensor y la tomé por detrás, penetrándola de una sola embestida. Su grito se ahogó en sus propios labios mordidos. La tomé del cabello, marcando un ritmo intenso, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía con cada golpe.
El calor aumentaba, y sus piernas comenzaron a temblar. Me miró por encima del hombro, con esa mezcla de lujuria y desafío, hasta que un orgasmo poderoso la sacudió. Su cuerpo se contrajo con fuerza alrededor de mí, arrastrándome con ella al borde del abismo.
Las puertas se abrieron de repente en un piso vacío. Nos acomodamos rápidamente, intentando recuperar el aliento. Salimos como si nada hubiera pasado, pero nuestras miradas cómplices prometían que aquel ascensor volvería a ser testigo de más encuentros prohibidos.