Educado por la Jefa de Mi Mamá

 

Categorías:  Mujeres Maduras Sexo Anal Dominación y Sumisión Consentida

 

Mi nombre es Guillermo, tengo 22 años, y esta historia ocurrió cuando tenía 19 años. Mi madre consiguió una pasantía para mí en la empresa donde trabajaba como asistente administrativa. La jefa era la señora Vega: una mujer de unos 40 años, poderosa, elegante, con trajes ajustados y tacones que resonaban como latigazos por el pasillo. Desde el primer día, me hizo sentir pequeño con solo una mirada. Lo que no sabía… era que ese dominio iría mucho más allá del escritorio.

Una tarde, al quedarnos solos en la oficina, me llamó con voz seca. “Necesito hablar contigo, Guillermo” Cerró la puerta, se apoyó en su escritorio y cruzó las piernas lentamente. “Sé cómo me miras. Y sé lo que necesitas. Lo huelo.” Me quedé sin palabras. “Quítate la camisa.” Dudé, pero su mirada me perforó. Obedecí. “Ahora arrodíllate.” Lo hice, temblando.

Se acercó y colocó su pie entre mis piernas. “Eres un buen chico. Pero necesitas una muy buena disciplina.” Me tomó del cabello, me atrajo a sus piernas y comenzó a restregarse contra mi boca, por encima de la ropa interior. “No vas a hablar. Solo vas a lamer.” Me bajó la cabeza y guió mi lengua entre sus labios. Gemía con elegancia, marcando el ritmo, mientras me sujetaba con una fuerza que no imaginé. Cuando me tuvo empapado de su sabor, me levantó, me giró y escupió entre mis trasero.

“¿Alguna vez te lo han hecho por atrás?” Susurró al oído. Negué. “Perfecto. Seré la primera.” Se colocó un arnés con dildo negro que sacó de un cajón, y sin más, me ordenó que me inclinara sobre el escritorio. Comenzó a jugar con mi entrada, despacio al principio, hasta que me penetró con firmeza. El dolor fue inicial, pero el placer lo envolvió todo. Me embestía con poder, con autoridad, diciéndome que yo era suyo, que siempre lo sería, que iba a enseñarme cómo se obedecía a una verdadera mujer.

Cuando terminó, me besó el cuello y dijo: “No se lo digas a mamá. Aunque tal vez… ella también necesite una buena lección.” Desde ese día, mi horario extendido en la oficina fue más que laboral. Y yo, felizmente sometido.