Todo comenzó como una broma en una fiesta de verano. Yo había salido con Santiago unos meses, pero cuando conocí a su hermano gemelo, Tomás, el deseo se duplicó. Eran idénticos físicamente, pero Tomás era más salvaje, más rudo. Esa noche bebimos, reímos, y terminé durmiendo en su casa porque no podía volver sola. O al menos eso fingí. Santiago me preparó el sofá, pero al rato Tomás bajó solo con un bóxer y una sonrisa torcida. Se sentó junto a mí y me preguntó: “¿Alguna vez has estado con dos al mismo tiempo?”
Mi cuerpo se encendió de inmediato. No respondí, solo lo besé. En segundos, ya estaba desnuda sobre él. Su lengua me recorría los pezones mientras me abría con los dedos. Santiago bajó también, y al vernos, no dijo nada. Solo se desnudó. Yo no podía creerlo. Tenía frente a mí dos hombres idénticos, duros, erectos, mirándome como si fuera un trofeo. Me pusieron de rodillas, uno en cada lado, y comencé a chuparlos alternadamente, babeando, gimiendo, dejando que me usaran como querían.
Me llevaron a la habitación. Me colocaron boca arriba. Santiago se metió entre mis piernas y comenzó a follarme con fuerza mientras Tomás me metía la polla en la boca. Me sujetaban, me penetraban, me dominaban. Me vine fuerte, pero no me dejaron descansar. Me pusieron en cuatro. Esta vez, Tomás fue por mi trasero, escupió y entró con cuidado pero firmeza. Santiago volvió a metérmela adelante. Doble penetración. Sentía sus pollas llenarme completamente. Grité, me corrí, lloré de placer. Ellos gemían, me decían lo mujer que era, lo caliente que me veía siendo de ambos.
Terminaron dentro de mí, al mismo tiempo. Me sentía usada, marcada, completamente rendida. Me limpiaron, me abrazaron. “Cuando quieras repetir, esta casa tiene dos camas… o una sola grande”, dijo Santiago. Desde entonces, cada vez que puedo, regreso. Porque una polla es buena… pero dos hermanos adentro a la vez, es otro nivel.