Dominio y Placer en Sus Manos

 

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Desde el primer momento en que entré a su apartamento, supe que algo cambiaría para siempre. Ella, una mujer de 44 años, con una presencia imponente y una mirada que no admitía respuesta, me recibió con una sonrisa que mezclaba ternura y autoridad. Yo, apenas 23 años, estaba listo para entregarme a ese juego de poder y deseo.

La habitación estaba iluminada con velas y una suave música que envolvía cada rincón. Me pidió que me desnudara lentamente, y con cada prenda que caía sentía crecer la tensión entre nosotros. Sus manos recorrieron mi cuerpo con una mezcla de dulzura y firmeza, despertando sensaciones que nunca antes había experimentado. Me ató las muñecas con suaves esposas de cuero, y comenzó a besarme con pasión contenida.

Sus caricias alternaban entre el cariño y la dominación, sus susurros eran órdenes que obedecía sin cuestionar. Cuando finalmente me penetró, sentí una mezcla de dolor y placer que me llevó al límite. Su ritmo era constante, firme y decidido, cada embestida una demostración de su control y mi entrega absoluta. Nos perdimos en ese juego entre gemidos y susurros hasta quedar exhaustos y satisfechos.

Al terminar, me abrazó y susurró: "Eres mío, y siempre lo serás." En ese momento, supe que había encontrado mi lugar bajo su mando.