No era la primera vez que salía en una cita doble con mi mejor amigo Julián, pero sí fue la primera en la que todo se salió de control. Él llevó a su prima Valeria, y yo invité a Mariana, una compañera de oficina que siempre había querido llevarme a la cama. Fuimos a cenar, bebimos un par de copas, y terminamos en el departamento de Julián para seguir la noche. La música sonaba suave, las luces estaban bajas y la tensión sexual flotaba como humo caliente.
Valeria era una bomba. Cuerpo escultural, mirada retadora, y una sonrisa que parecía esconder mil secretos. Mariana, por su parte, era más tranquila, pero esa noche vestía un escote que dejaba poco a la imaginación. Cuando las cervezas se acabaron, Julián propuso un juego de preguntas atrevidas. Las risas pronto se transformaron en confesiones, y cuando Valeria me preguntó si alguna vez había deseado estar con dos mujeres a la vez… la temperatura de la sala subió como si alguien hubiera encendido una hoguera.
Minutos después, ya estábamos besándonos todos. Mariana me montó primero, quitándome la camisa mientras me mordía el cuello. Valeria se arrodilló detrás y comenzó a chuparme los testiculos con una lengua suave y húmeda. Sentía las bocas, las manos, los gemidos mezclados. Julián se encargaba de su prima en el sillón, mientras yo era devorado por dos diosas insaciables.
Pasamos al dormitorio. Mariana se puso en cuatro, Valeria se tumbó debajo de ella, lamiéndola mientras yo la penetraba con fuerza por detrás. Mariana gemía como loca, con la boca llena del clítoris de Valeria. Nos turnábamos. Me montaron juntas, me besaban al mismo tiempo, me pedían más y más. Sus cuerpos sudaban, sus pechos se rozaban mientras cabalgaban sobre mí en un ritmo sincronizado que me tenía al borde del colapso.
Me vine dentro de Mariana mientras Valeria se acariciaba mirándonos. Luego la tomé a ella, la puse sobre el escritorio y la follé con desesperación, sintiendo cómo me apretaba con cada gemido. Al final, los cuatro terminamos desnudos, jadeando, riendo, sin vergüenza alguna. Esa noche cambió todo. Desde entonces, los viernes son sagrados: cenas, juegos… y cuerpos entrelazados hasta el amanecer.
Y aunque Mariana y yo seguimos viéndonos en la oficina, ya no hay tensión entre nosotros. Solo recuerdos calientes. Y la certeza de que muy pronto, la cita triple… será realidad.