Me llamo Olivia, tengo 20 años, y hasta hace poco, nunca había estado con nadie. Siempre me consideré una chica tranquila, estudiosa, de las que pasa más tiempo en bibliotecas que en fiestas. Pero todo cambió cuando conocí a Abril, una estudiante de arte con el cabello rosa, mirada intensa y una actitud descaradamente libre. Todo en ella me atraía y me intimidaba al mismo tiempo.
Nos conocimos durante un taller interdisciplinario, y desde el primer momento sentí algo distinto. Me hablaba cerca, me tocaba el brazo mientras hablábamos, me miraba con esa mezcla de ternura y deseo que me dejaba sin aire. Una tarde, mientras trabajábamos en un proyecto en la biblioteca vacía, me dijo: “¿Nunca has probado lo que es el placer entre mujeres?” Me puse roja. Ella se acercó más. “¿Quieres descubrirlo… conmigo?”
No respondí, pero no me aparté cuando me besó. Su lengua rozó la mía con una dulzura provocadora. Luego me tomó de la mano y me llevó a una sala de lectura desocupada. Me hizo sentar en el suelo, recostada contra una estantería, y comenzó a besarme el cuello mientras su mano se deslizaba por debajo de mi falda. “Confía en mí. Hoy será tu primera vez… y no la vas a olvidar.”
Me quitó la ropa interior y se colocó detrás de mí. Me abrazó por la cintura y comenzó a lamerme desde atrás, su lengua explorando suavemente, con ritmo y seguridad. Me derretía en sus brazos. Gemía bajito, con miedo de que alguien escuchara, pero deseando más. Su lengua se desvió hacia mi trasero>“¿Te gustaría sentirme dentro de ti… ahí?” o, y lo lamió con lentitud, haciendo que mi cuerpo se tensara y se abriera al mismo tiempo.
Desde entonces, cada encuentro con Abril es una lección nueva, una fantasía cumplida. Pero aquella tarde, detrás de la biblioteca, fue la que marcó el inicio de mi verdadero despertar.