Me llamo Abril, tengo 19 años y soy estudiante de primer año de Letras. Entrar a la universidad fue un cambio total para mí: nueva ciudad, nueva vida… y nuevas experiencias. La residencia femenina donde vivo está llena de chicas hermosas, pero ninguna me marcó tanto como Zoe, mi compañera de habitación. Rebelde, misteriosa, con tatuajes y una mirada que parecía saber todo lo que pensaba.
Una noche, después de un concierto en la universidad, volvimos algo tomadas. Me tiré en la cama riendo, y ella se sentó a mi lado. “¿Nunca en tu vida has pensado en una mujer?”, me preguntó. Me reí nerviosa. Sin decir más, se acercó y me besó con una ternura que me hizo temblar. Mi primera vez con una mujer… y mi cuerpo respondió al instante.
Zoe bajó mi blusa con calma, besando mi cuello, mis pechos, mis costados. Me abrió las piernas y se arrodilló entre ellas, como si supiera exactamente lo que hacía. Su lengua me rozó lentamente, primero suave, luego más profundo, más rápido. Mis gemidos llenaban la habitación. Me agarré de su cabello, me retorcí de placer, y su boca me llevó al límite como nunca antes lo había sentido. Grité su nombre mientras mi cuerpo explotaba en espasmos deliciosos.
Esa noche descubrí algo más que placer: descubrí mi deseo por otras mujeres, por la sumisión dulce que Zoe me enseñó sin violencia, solo con placer y guía. Desde entonces, nuestras noches son de susurros, gemidos… y exploración sin miedo.