Me llamo Solange, tengo 19 años y nunca imaginé que una chica como Laura me enseñaría tanto. Era mi compañera de residencia, segura y llena de confianza, con una mirada que me desarmaba. Una noche, después de una fiesta, se me acercó y me susurró: “¿Quieres descubrir algo nuevo conmigo?”
Me llevó a su habitación, cerró la puerta y comenzó a besarme con una pasión que me dejó sin aliento. Sus labios recorrieron mi cuello, mis hombros y bajaron hasta mis senos, acariciando cada centímetro de mi piel con ternura y deseo.
Me tumbó en la cama, me desnudó lentamente y su lengua exploró mi cuerpo con maestría. Cada caricia me hacía temblar, cada beso me volvía loca. Cuando llegó a mi entrepierna, sentí una oleada de placer que nunca antes había experimentado. Me enseñó a confiar, a abrirme y a sentir con intensidad.
Su sabor, su toque y su pasión hicieron que mi despertar sexual fuera inolvidable. Desde esa noche, supe que juntas descubriríamos muchos más placeres y fantasías.