Mi nombre es Mariano, tengo 22 años, y esto ocurrió cuando tenía apenas 18 años. Fue en unas vacaciones familiares en la finca de mis abuelos. Allí compartí habitación con mi prima Andrea, una chica de 20 años, risueña, atrevida y con un cuerpo que no podía ignorar. Dormíamos en camas separadas, pero las noches se volvían eternas con ella cambiándose frente a mí sin pudor.
Una madrugada calurosa, nos despertamos por el sonido de una tormenta. Ella se metió en mi cama temblando, con una camiseta sin sostén. Su cuerpo se pegó al mío, y sentí cómo mi erección rozaba su muslo. Le pedí disculpas, pero ella solo susurró: “¿Nunca lo has hecho?” Negué con la cabeza. “¿Quieres que te enseñe cómo se hace… con la boca?”
No supe qué decir. Solo asentí. Andrea se deslizó bajo las sábanas y bajó mi ropa interior con los dientes. Su lengua tocó la punta de mi erección y comenzó a lamer lentamente, saboreando cada centímetro mientras sus manos acariciaban mis muslos. Yo gemía bajito, con miedo de que alguien nos escuchara. Pero ella no se detenía. Me devoraba con una mezcla de ternura y deseo que me hacía perder el control. Cuando me corrí, lo hizo dentro de su boca… y tragó todo sin dejar rastro.
Después se acostó a mi lado, me acarició el pecho y dijo: “Ahora ya no eres virgen. Pero solo yo puedo tocarte así.” Esa fue mi primera vez. Desde entonces, cada noche de vacaciones… era otra lección privada de placer prohibido.