Me llamo Luis y esto ocurrió cuando tenía 22 años, mientras hacía el servicio militar. Nunca me imaginé que mi primera vez sería con otro hombre, y mucho menos con el cabo Ramírez, un tipo de 35 años, imponente, de barba recortada, voz firme y mirada que atravesaba la piel.
Todo empezó durante una guardia nocturna. Estábamos solos en la torre de vigilancia, y noté que me observaba de forma distinta, como evaluando cada parte de mi cuerpo. No dije nada. Al cambiar de turno, me pidió que lo acompañara a su cabaña para “revisar algo”. Una vez dentro, me empujó contra la pared y me susurró al oído: “Sé que lo deseas, y no te vas a negar.” Su mano bajó por mi torso, hasta el cinturón, y lo desabrochó con fuerza.
Estaba paralizado, pero excitado. Se arrodilló delante de mí y sacó mi polla con una sonrisa perversa. Metió su boca lentamente, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me lamía con destreza, como si lo hubiera hecho mil veces, y yo apenas podía respirar del placer. Le agarré el pelo, le marqué el ritmo, hasta que me derramé en su boca y él lo tragó todo sin detenerse.
Después me volteó, bajó mi pantalón y se frotó contra mí, sin llegar a penetrarme. Solo con fricción, gemidos y sus órdenes susurradas al oído. Me sentí usado, dominado… y satisfecho como nunca. Desde esa noche, el cabo me llamaba a su cabaña cada vez que quería descargar tensiones. Y yo, sin saber cómo ni por qué, siempre terminaba obedeciendo.