Me llamo Dora, tengo 23 años, y lo que voy a contar ocurrió durante un fin de semana de escape en la casa de campo de mis dos mejores amigos: Wilmer y Derlys. Los tres éramos inseparables desde la adolescencia, pero con el tiempo, las miradas entre nosotros empezaron a cargar electricidad. Lo sabíamos, pero nadie decía nada… hasta esa noche.
Después de cenar y tomar unos tragos, nos tumbamos en la sala frente a la chimenea. El ambiente estaba cálido, íntimo. Yo tenía un vestido ligero sin sujetador debajo. Sentía las miradas de ambos… hasta que Wilmer rompió el silencio: “¿Te gustaría estar con los dos a la vez?” Me congelé. Derlys no dijo nada, solo se acercó y me acarició la pierna. Mis piernas temblaban, pero asentí. “Sí… lo he soñado tantas veces.”
Wilmer se puso detrás de mí y comenzó a besarme el cuello, mientras Derlys se arrodillaba frente a mí y me acariciaba los muslos. Sentía sus manos recorriéndome al mismo tiempo, como si me conocieran desde siempre. Me quitaron el vestido con lentitud, exponiendo mis senos erectos y mi cuerpo completamente vulnerable. Me susurraban cosas sucias mientras me besaban por turnos, mientras sus dedos me abrían con cuidado y calentura.
Derlys se tumbó primero y me sentó sobre él, enterrándose profundo en mí, con movimientos suaves pero intensos. Mientras cabalgaba sobre su cuerpo, Wilmer se colocó detrás, besándome la espalda y luego bajando lentamente con su lengua entre mi trasero. “Ahora eres nuestra,” susurraban al oído. Entre los dos me llevaban al límite, uno sujetándome de la cintura, el otro frotando mis senos, sus cuerpos chocando contra el mío como una sinfonía de deseo puro.
Me corrí una vez, luego otra… y otra más. Estaba empapada, temblando, completamente sometida a su ritmo. Al final, nos abrazamos desnudos junto al fuego, con nuestras respiraciones entrelazadas. Desde aquella noche, dejamos de ser solo amigos… y nuestras escapadas ahora siempre incluyen una habitación con una cama grande… y sin reglas.