Castigo en la Biblioteca de la Universidad
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La universidad tenía reglas estrictas, especialmente en la biblioteca central. Yo lo sabía… pero me encantaba desafiarlas. Me llamo Martina, 21 años, estudiante de letras. Siempre he sido buena, pero también inquieta. Aquella tarde de otoño, mientras ojeaba libros en silencio, dejé caer “accidentalmente” una nota escrita a mano en el escritorio del bibliotecario. Decía: “A veces me porto mal solo para que me castigues como merezco.” Lo miré mientras la leía. Sus ojos se clavaron en los míos. Luego, sin decir una palabra, me hizo un gesto con la mano para que lo siguiera.
Lo seguí hasta el fondo del pasillo, tras una puerta con el letrero “Privado”. Adentro, estanterías, documentos, polvo… y tensión sexual tensa como el aire. El bibliotecario cerró con llave. Alto, barba canosa, lentes gruesos, y una autoridad que me excitaba más que cualquier universitario tonto. “¿Así que quieres que te castigue?”, dijo en voz baja. Asentí. Me tomó de la barbilla y me dio una bofetada suave en la mejilla y me dijo. “Arrodíllate.”
Obedecí. Bajó su pantalón y su polla ya estaba dura. Me la metió en la boca con firmeza, sujetándome del cabello mientras yo lo miraba con los ojos húmedos de placer. Me la hizo chupar entera, empujando con fuerza hasta que sentía que no podía respirar. Me encantaba. Gemía ahogada mientras mis dedos se deslizaban dentro de mi panty, completamente mojada.
Me hizo ponerme de pie, darme la vuelta y empinarme sobre una caja de libros. Me subió la falda, me rompió la tanga y me escupió el coño. Sin más, me la metió con una fuerza brutal. Me sujetaba de la cintura, me decía “eres mi mujer estudiosa”, y me follaba como si me odiara. Gritaba en voz baja, me corrí sin tocarme, sintiendo cómo su verga me empujaba más y más profundo. Cambiamos de posición. Me hizo sentarme sobre él, cabalgando mientras me sujetaba los pezones con fuerza.
Terminó dentro de mí, con gemidos roncos, sudado, jadeando. Me dejó sentada en su regazo un rato, luego me acomodó la ropa y me susurró: “Cada vez que interrumpas el silencio… te recordaré cuál es tu lugar.” Salí de ahí temblando, el cuerpo marcado y el corazón latiendo como loco.
Ahora paso más tiempo en la biblioteca. Leo, estudio… y espero el próximo castigo. Porque aprender, nunca fue tan placentero.