Balcón al atardecer

 

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El hotel estaba frente al mar, y mi habitación tenía un amplio balcón con vista directa a las olas. El atardecer pintaba el cielo de tonos dorados y rosados, y el sonido del mar llegaba suave pero constante.

Estaba tomando una copa de vino cuando Valeria, mi acompañante de viaje, salió del baño envuelta en una toalla. Su cabello húmedo caía sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con picardía.

—¿Te gusta la vista? —preguntó. Asentí, aunque en ese momento la vista más hermosa estaba frente a mí.

Se acercó y me besó, primero suave, luego con más intensidad. Dejé la copa a un lado y la tomé de la cintura, sintiendo su piel cálida bajo la toalla.

Con un movimiento rápido, la toalla cayó al suelo. La acaricié lentamente, disfrutando de cada curva, mientras sus manos bajaban por mi pecho.

Se arrodilló frente a mí y comenzó a lamerme, alternando succión y caricias con la lengua. La brisa marina acariciaba mi piel, amplificando cada sensación.

La levanté y la giré para que mirara el mar. Aparté su ropa interior y la penetré lentamente, manteniendo el ritmo mientras el sol se hundía en el horizonte.

Valeria se apoyó en la baranda, arqueando la espalda para recibirme más profundo. Sus gemidos se mezclaban con el sonido de las olas.

Mis manos acariciaban sus pechos mientras aceleraba el ritmo. Su primer orgasmo llegó rápido, con un gemido ahogado y su cuerpo temblando.

Me arrodillé para lamerla desde atrás, haciendo que su respiración se volviera errática. Sus piernas temblaban mientras se aferraba a la baranda.

La volví a penetrar, esta vez tomándola por las caderas con fuerza. La vista del mar y la sensación de su cuerpo me tenían al borde.

Su segundo orgasmo la hizo apretarme con fuerza, y yo seguí hasta alcanzar el mío, derramándome mientras la abrazaba.

Nos quedamos apoyados en la baranda, mirando cómo el cielo se oscurecía y las primeras estrellas aparecían.

Valeria me besó en el cuello y susurró: —Este balcón ya no será el mismo.

La llevé dentro, pero nuestras manos seguían recorriendo el cuerpo del otro, como si la noche apenas empezara.

El sonido del mar nos acompañó en cada beso y cada caricia que siguió.

Sabía que esa imagen quedaría grabada en mi memoria para siempre.