Desde que entré en su elegante apartamento, sentí una mezcla de nervios y excitación. Ella, una mujer de 45 años, segura y dominante, me esperaba con una mirada que no admitía objeciones. Yo, apenas 23 años , estaba listo para entregarme completamente a sus deseos y órdenes.

La habitación estaba iluminada por la suave luz de las velas y la música envolvía el ambiente con una sensualidad irresistible. Me pidió que me desnudara lentamente, disfrutando cada momento, mientras sus manos recorrían mi cuerpo con una combinación de ternura y autoridad.

Me ató las muñecas con delicadas esposas de cuero, una mezcla de placer y anticipación recorrió mi cuerpo. Sus besos descendieron por mi cuello hasta mis pezones, que mordió suavemente provocando gemidos involuntarios. Su voz firme susurraba órdenes que obedecía sin dudar, sintiendo que cada palabra aumentaba la intensidad del momento.

Cuando me penetró, la sensación fue abrumadora. Sus embestidas eran firmes, constantes y llenas de pasión, cada una un recordatorio de su control y mi entrega absoluta. Nos perdimos en un juego de poder y placer que nos consumió hasta quedar exhaustos, abrazados y satisfechos.

Al final, me susurró: “Eres mío.” Y en ese instante, comprendí que había encontrado mi lugar perfecto.